Los transforman en vegetales con
tierra y una maceta. Tiñen, sus coloridos, náufragas semillas sin soles
adormeciéndolas y, tras un mecanismo lento, purifican cráneos.
Las habían ubicado con seniles
agrietamientos substituyendo sus cabezas. Aquellas personas remordían un dolor
exhausto anfitrionándose morfológicamente.
El había escogido personas
para prolongarse, para expandirse mediante una vívida semilla en cambio. El
había diseñado una maceta que remplazara el cráneo; y, dentro, una planta
creciendo álgidamente hasta vilipendiar extractos de savia en pugna.
A través de los días y noches,
una temible oscuridad palabreó su escarnio desestimándolos en vegetales con
movimiento. Sus insectos corroían por dentro, por fuera, hasta la transpolación
intacta de la variación.
Los hombres, aquellos que
hubieron sido transformados, buscaron tierras donde hundirse hallando solamente
pavimento sólido y pueril. Y jamás detuvieron sus ufanaciones; jamás replegaron
sus ansias hasta caer, volcarse y, secándose bajo el sol, temerlo durante.
Desde entonces sé que un árbol
lo hizo. Moviéndose poco a poco alcanzó su teatralidad compromisos siempre
utópicos, aunque difamatorios, aunque inservibles. El gran tronco impidió que
aquellos hombres -ya plantas- se instalaran a su lado, pero se permitió verlos.
Miró una cadena convivencial hasta sus cadencias, y desposeídos y anhelando
presagios de su multiplicación inherente.
No hay comentarios:
Publicar un comentario