Perenne puerta se establece
incongruente. Las sabias marchas a su través aligeran llegadas a un mismo tiempo;
un recorrido, un afluente.
Delante de la abertura
congenio bienaventuranzas que quizás quitasen recuerdos hostiles. La abro, la
cierro permitiéndome subrayarla con renglones de páginas de libros muertos.
Advierto su altura, su compromiso cuneiforme hasta la saciedad de los letargos
arcanos. Remito plegarias con visiones recurrentes al verla, al apreciarla
siendo solaz inexperto de cuanta conducencia pudiera significar.
Delante de la puerta creo en
su banalidad, en atravesarla y poseer dos tiempos alternativos. Mitifico su
funcionamiento al creerla suspicaz, avezada aunque nunca pesarosa. Es un
orificio, un permiso hacia otros espacios donde pudiera sancionarme aventurero,
misil de una sola precaución dándose subásticamente entre cercenados ríos
abarcándome precursor. Y la cruzo.
Aledañas causalidades
identifico cuando permanezco en el mismo sitio, sobre el mismo umbral. No he
dormido ni he despertado, aunque un sueño apoderativo recluyese mi andar hacia
un singular destino.
La puerta ha estado abierta, y
al atravesarla he llegado donde había estado con anterioridad. Oigo el unívoco tránsito
sin más pasos que el primero; lastimo el unísono suelo sin consuelo, cuando
noto, cuando sinceramente percibo que esa abertura me ha deparado dando pasos cerca,
cautelares ante la primera herida de una voluntad arreciando.
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