Grito de espíritu no callará ante
la muerte. No mermará su apócrifo ritual señalándose cripta hermética de
cuantos algoritmos plausibles tendrá.
Caerá desde su existencia
hundiéndose bajo normas permanentes de oiciones terminales. Entre espíritus su
timbre sonará quejumbroso, brioso y cabalístico; desdeñando así murallas donde
límites consecutivos determinarán su estado.
Aquellos espíritus a su
alrededor serán silenciosos, permisivos ante su canto grital, el de quien no
permite la ultratumba. Dotará de vigor, su grito, mansedumbres de perplejas
disonancias atiborrándose eternas y sin regreso. Es que él ansiará volver,
existir; sus moleculares fantasmagorías insistirán hasta suspender todo trato,
toda templanza, toda duda sobre paralelismos arcanos.
El desafiará su fin. Enconado
grita y gritará haciéndose uno con su silbido desentendido. Deberá renunciar a
su muerte, a ese intermitente parpadeo de sinónimos crudos. Deberá gritar y,
gritando, convertir en vida una desazón entre los espíritus pendencieros.
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