Crecía desde niño hasta
desparramarse. Vilipendiaba los márgenes, en esa costa supeditaban los océanos sus
orillas sustanciosas.
Solía permanecer en su casa;
crecer resultaba una ignominia frente a su pasado pequeño, aunque creyese en
tocar los cielos. Lo habían dejado ahí desde que había nacido. Huérfano,
ofrecía discursos a las montañosas cimas de oblongos pasajes. Hasta que había
huido, hasta que sus méritos condenaron su pusilánime búsqueda por empequeñecer
toda altura.
Cerros capitales, advenedizos
vientos no lo modificaban. Más allá, un desierto despavorido capsulaba reptiles
de cristal dentro de ánforas de humo. Donde temió perderse halló habitaciones
vacías sin hombre alguno; donde profanó adecuarse halló singulares pastos donde
caer, arrepentirse y librarse a ese estupor nauseabundo con crecimientos
arduos.
Crecerá hasta ceder su
predominio a quien lo pidiera; a quien, justo, dispusiese siendo agua una
avenida hacia el mismo centro de su cuerpo.
Aquel derramará todo lo
existente hacia las orillas, luego hacia los mares, aunque prefiriendo huecos
en nubes para crecer hacia alturas mortecinas.
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