Los desiertos son espacios
marginados sin escrúpulo ni orden. Y cada vez que los hombres piensen sobre
ello harán siglos sin devenires promulgados por una razón repetitiva.
Lo sé, lo sabemos desde que han
arribado los cielos dejando perpetuas tinieblas de insanas miras. Sé que
tropelías de constructores han elaborado edificios, ciudades sobre vanas
deserciones de elementos. Los árboles pergeñados para madurar en silencio jamás
han existido; plantaciones de venenos han hincado colmillos en rajaduras de una
tez calva; y ante la boca de sus serpientes lo impuesto se erige. Lo sumiso se
edifica mientras anteriores náuseas redundan desequilibrando reuniones hasta
ceder.
Lo sé, lo sabe cada miembro de
la ciudad limítrofe donde resido. Cada partícipe de desconciertos, cada clan,
cada fechoría intacta descolumnando panteones civilizados. Pero acá un desierto
ha precedido. En cada margen una disputa se ha anticipado y, en cada vértice de
altos rectángulos volumétricos, aristas señuelan presas con balbuceos
ordenados.
Hasta hallar, hasta argüir
antiguos retazos de una nada que permite, que celebra y obtiene –tras un
hundimiento- toda la ciudad excepto sus seres vivos.
La arena ingiere las avenidas
y edificios. Se alimenta de casas y autopistas donde yo, donde nosotros
construiremos eternamente otras hasta que ese desierto diga, grite deglutiendo
a miembros vivos escrupulosamente irrazonables.
No hay comentarios:
Publicar un comentario