Decorando desiertos cierran
perplejidades abrasivas. No son tallo, no son roca; son raíces de mundos
coléricos desarrollándose paulatinamente.
Rocas deshaciéndose son clase
de un mundo ornamentado. Se crían, se desenvuelven; se agitan y anestesian. Se
subalternan y varían entre horizontes de un pavor convicto. Las arenas quiebran
sus depósitos y causan lluvias improlongadas. La fe es su mito y angustia; su
telar, su mimbre y cautiverio. Son aristas de ponientes, y precámbricas en
horizontes desenclavándose rutinarias. Sus orillas llegan, conducen hacia
inciertos espacios donde arena y más arena recubre sus poros sedientos y
alcanzados herméticamente.
Rocas acá se esparcen a través
de un multicolor viento, sede de capitales movedizos. La arena se retira, la
arena se evapora y nada queda ya de su terrible insomnio. Solamente pequeñas
areniscas revuelan oceánicas mansedumbres de quienes andan a la espera de
sendas firmes.
Pero nada derretirá cimientos
de plausibilidades concurridas por ese desierto omnívoro. Nada determinará
siendo fin un cautiverio de espasmos adiestrados en sus variantes. Nada dirá
cuándo ni dónde adquirir añejos síndromes producirá otro más.
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