Abre y cierra la boca el
animal. Presas cerca, otras lejos, son ansiadas por la gran lengua invadiendo
todo su entorno.
Desfilan colmillos agudos
demostrando un longevo arrastre alimenticio. Son sus garras que intimidarán a cariacontecidos
hombres haciendo espectancias cercanamente. Su visión, el miramiento del animal
no suturará carnes masticadas dentro de cada hoja vegetal asida al encuentro.
Su obra lo decide, su hambre lo ultima, y su abrir y cerrar golpea.
Ya me desconozco; ya creo
convincentemente estar en laberínticos peldaños de la única escalera hacia los
estómagos de la gran bestia. Ya demuelo, ya agrío, idas y vueltas hasta
concluirme punto sin suspenso de una muerte acechante.
Pero no soy el único. No soy
ni seré quien demuela partículas de dientes cazados. Hay quien degollase a la
bestia. Hay quien beba su sangre ambigua derramándola sobre el mortuorio lago
de oídos perpetuos.
Sé que arrebatos de otras
circunstancias lastimarán, vejarán hasta liquidar al hambriento animal; aunque
yo, asegure y prometa que no habrá dignos de derruir, de deshacer cada colmillo
demostrándose columna de parcas.
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