Frente a trascendencias
minúsculas toda nimiedad se restriega. Se afirman los silbidos mausoléicos, se
ahíncan los trinares movedizos y las alcurnias insublevantes. Cada átomo es
mentor, indescifrable subyugador, sobre la tenacidad de los límites.
Ejemplificarán los tedios
aquellas partículas cuando sabedoras consciencias rectificasen sus posturas.
Cuando bajo la noche de las ingratitudes se desmiembren parásitos coagulantes,
ansiará cada uno su preámbulo, argumento y sentido de fábulas descollando
participaciones. Y sobre, bajo y entre las multitudinarias andanzas, habrá
pleito, habrá desgracia hasta una síntesis procuradora de estallantes vínculos
incorruptos.
Será canónica toda sapiencia
ilimítrofe desangrando partes augurantes; será testigo, será juez de cuantas
singularidades se presentaran con solvencia de negaciones victoriosas. Hasta
darse complaciente en los mares de abigarradas pertenencias desglosándose
imperecederas. Los súbditos del pavor vendrán solo con una bandera, cuyo título
hará de minucias ciertas digresiones. Porque lo minúsculo frente a lo mayúsculo
decaerá batiéndose en nidos de una cólera antropomórfica.
Solía hablarlo, decirlo;
aguardaba –desde entonces- una oportuna claridad de estrabismos siderúrgicos. Repetía
a clanes, solventaba audiciones con mayúsculas perdiciones; pero hasta una
terca oscuridad resolviéndose letal.
En la era de los letargos, de
las intransiciones y monosilábicas expectancias, hacía y decía que no había
medios en la coyuntura de los placeres; y caía, pendía de un solo nudo el
complot masivo de mayúsculos ardores.
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