Un peldaño, después otro. Uno
a uno subo la escalera que me alejará de mi muerte. Sin barandas, solo asciendo
olvidándome en pasos dados hacia un destino apacible.
Subía la escalera recordando
elucubraciones hechas por otros contra mí. Elegí la orquesta, la maniobra de
turbulencias delatando aquel destino injusto. Creí poder olvidar cada paso dado
donde las injurias son nichos de una desesperada malevolencia con desatinos.
Creí en las hogueras, en los buitres y los fangos angulosos; pero sobre estas
maderas, sobre estos escalones no había señal de alejamiento alguno.
No volví mi vista hacia atrás,
no columpié en la nada de los océanos esa vaga influencia pronta a cremarme. Y
desestimé a mis perseguidores tras recónditas vueltas de unas maderas, ruindad
de fugitivos.
Pero subo un escalón, después
otro. Llego donde mis ancestros me aguardan: a ese inicioso tramo primario
hasta que me atan. La escalera me muerde, se retrotraen sus simbologías hacia
las laberínticas deformaciones de altares turbios para desmembrarme. La escalera
se consagra e implanta en mi dorso dos varas de hierro. Perpetúa mi éxodo
paralizando cada órgano ya venenoso. Y oro, suplico por la imprudencia de haber
escalado un ritual falaz. Y oro, suplico por esa inefable insensatez cuando cada
plegaria explorante es tacto, es piel ya jamás perteneciente.
No hay comentarios:
Publicar un comentario