Muerdo la ingrata sombra del
recuerdo. Me asimilo a las penitencias, a los estrabismos y delinquires de la
sagrada hoja de los péndulos.
Ya las antipatías regresan
mascando columnas de una catedrática esfinge viva que retoña, amanece y duerme,
bajo los tentáculos de un unicornio despierto. Ya las glándulas se disuelven,
como se retiran aquellas marchas y bienalados cantos de paupérrimas disonancias.
Compito con el esclavo, con su
gota derramándose sobre las aristas de cuadros móviles sin pintura ni
precisión. Cuando consigo un devaneo me contrae el sonambulismo para partir
hacia otras desdichas, hacia otros frentes donde una vez he vigilado en vano.
Ya, sin dientes, retraigo
remembranzas de constipados nervios que pronto se disolverán en máculas
pantanosas. Y aquellos rebaños, y aquellos trigos, se desparramarán surgiendo
una y otra vez hasta descalzarse, alzarse y ungir sus rostros bajo las dicotomías
de prófugas antorchas.
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