Veo; en el inflamable ejército
de fuego, veo. Veo una llama enfureciendo aguas jamás despiertas, lo veo en la
llamarada.
Una inagotable temperatura
desatempera caudillos de los cables deviniendo. Se arriman ante el hogar
estropicios para molicies paganas frente a una multitud de fogonazos. La llama
se extiende aunque la llamarada no. La plaga de esoterismos cobija al dios de
aventurantes clamores al pie de los ejercicios por transfigurar.
Nada ni nadie viene: estoy
sentado junto al fuego mientras la llama se acerca, libremente, se acerca sin
reproducirse y me extiende su mano. Al darle la mía, veo, veo un embrollo de
fuego tiznando sus rojas brisas hasta mi pronta incineración. Y al avanzar,
poniéndome de pie la llama se une a su única salvación, a la lenta llamarada de
todos los incendios que veo.
No hay comentarios:
Publicar un comentario