He creído despertar mientras
una transición de luces no culminaba. Creía verlas, permanecer ante el insomne
rechazo de una blanca noche intimidándome. Y pronto recompuse mis alegorías de
sonámbulo guardián de los tiempos.
Cuando había decidido
dormirme, la traslación de la luna vejaba mi coherencia hasta despertarme sin
huellas desafiando. Cuando había decidido dormir, cuando las horas despuntaban
y mellaban en mi sien indicando el final del día, he fingido dormir. La exploración
de vastas ruedas convergía ante espasmos asustantes causándome un insomnio
relampagueante. Ufanaba un mundo donde la oscuridad de la noche remplazara la
claridad diurna, aunque ésta había sido la primera vez en ocurrir.
Murciélagos oníricamente estables
pronunciaban un aleteo cercano a los compases de los segundos. Esperaban salir,
depredar y volver a sus recintos; pero las claridades incidían en cada uno
impidiéndoles desafiar los salvajes antros de la nocturnidad.
Cuando había decidido
despertarme, cuando he creído despertar donde las luces predominaban, conjeturé
una visita al jardín y desde ahí, sentado, observé con frenesí con pavor y
estímulos la incoherente luz. Permanecía iracunda y hasta disolvente
prohibiendo a la noche su puesto de vigía.
Cuando he decidido dormirme,
ya durante la trasnoche, el crepúsculo mañanero aún persistía, y los
murciélagos, aquellos murciélagos hambrientos partieron más allá de los
edificios buscando una noche que tal vez los amamantara.
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