Decidir sobre la frecuencia de
las formas es ingrata disparidad para las perpetuidades. Soy un hombre, una
persona formada por la geometría; pero en vez de verme compuesto, puedo
desarmarme.
La ubicuidad de mi compostura
refleja ámbitos donde cada uno de sus axiomas es rechazado. Los dictámenes que
conforman mi cuerpo se deshacen mientras las partículas se ven lineales, curvas
o por medio de puntos. Puedo alcanzar varias propiedades desde las ideas
deviniendo; puedo transformarme en sol, en luna, hasta que sé, reconozco y
debato sobre la transcendencia de cada figura por diseñar.
Líneas y puntos forman un
cuerpo descompuesto que hacia sus vicisitudes se encamina. Es cruel, temporal,
pronto a su extinción; pero yo, viéndome y deseándolo, desharé tales
cuestiones.
Después de ser el mar, después
de ser pasto y siembra, opto por fundir cada minúscula parte de mí en figuras
geométricas, perfecta osadía de quien alumbra su destino con sencillas elaboraciones
de pura eternidad. Elijo tres: círculo, triángulo y cuadrado. Elijo, decido que
antes de morir transformaré mi finitud en reales símbolos de un real tiempo
transfigurado.
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