He desocupado mi lugar, hemos
exiliado una vez más hacia otros lugares. Las narrativas se fugan en estrópicas
demandas bajo minerales aguaceros. Cada uno ata su bota, la mantiene, la
fuerza; nada más que para humedecerla en el triste néctar de las flores secas.
Abandono mi espacio, nos
retiramos de lo que ha sido un vejamen de inconductas parcelarias hasta el
matiz de los sonidos con sus reglamentos. Nada permanece quieto. Todo
desaparece dejando pasos perdidos cuando las avaricias por reglamentar prohíben
su sumisión.
Nada permanece inquieto cuando
fórmulas de ayeres ignoradas redundan boquiabiertas detrás de sus máximas. Pero
yo puedo, yo puedo abarcarme y enseñorear tales dictámenes haciéndolos
convictos de una fe posible a las deserciones dogmáticas. Más aún, todo aparece
y se queda cuando mediando niveles consabidos relamo la bestia que me dará
muerte si no la llevo conmigo.
A pesar de estas agrupaciones desertivas,
no puedo llevarme el lugar, mi procedencia y antigua talla de establecimiento.
Pero sé, creo y reconozco haber pertenecido a distantes espacios ya librados de
mí y bajo una dependencia –nuestra- para aflorar aquellos vocablos ante su
inusitez demandante.
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