Despóticas, infiltradas con
tenues pegamentos, las telas de araña fijan. Se adueñan de los ambientes, de mi
tez, de mis brazos y piernas.
Los telares arácnidos avecinan
una muerte pronta, la mía. Donde había aire, ya no se respira; donde jamás se
pensó una ventana clausurada, ya se han tejido rabiosas manchas de pieles
grises. La araña no se atreve, la araña no invade, la araña no está. Sobre los
rincones de mi habitación, los insectos abundan atrapados mediante el filo de
un telar dispuesto con cautela. Las ramificaciones de la trampa han sido hechas
imitando raíces de una planta de negras flores. Y, quieto, dependo del antojo
hambruno del insecto.
Pero duermo, despierto; duermo
y despierto notando que la araña no ha venido. Sus antojos no han sido
devorarme, comerme. Su único anhelo ha sido atraparme. Aunque desconozca el
motivo, viviré esperándola, monárquica, elaboradora de un reino quieto para
subyugar reinados de masacres e injusticias.
No hay comentarios:
Publicar un comentario