Ya no se ocupará de tránsitos
apresurados desterrándolos en su misma clemencia. Lo apremia el día, y también
la noche con calificativos adversos que nefastan cada paciencia. De una vez, o
de varias; de veces carcomiéndolo, se sublima en nubes abismáticas hasta
clarear su blanco cielo.
Libre de treguas arriba en los
sándalos de sus incriminaciones. No lo quieren por adusto, flemático e
incoherente; sino por fugaz. Las intimidaciones por volver al orbe lo constatan
con temerarios argumentos. Se decide por ir, por venir; yendo o viniendo
articula crímenes sobre altivas irradiaciones sospechosas. Pero no reincide, no
vuelca sus decisiones en sus ocupaciones: las destruye. Y, presagiando sus
debilidades, pretende conmemorar las pérdidas con silencios de una cárcel abrazadora.
Quien lo viese no dudaría en
ejemplificarlo ni en desafiar sus propias leyes. Quien lo ve, quien lo vea
solapado a su abismo creerá en que él mismo es un abismo, un hoyo, una tenue
temperatura arguyéndolo climáticamente con el agujero de la templanza.
No hay comentarios:
Publicar un comentario