Convencido en que esos
destellos salían sorpresivamente, no los atuvo a ningún síntoma. Pero él sabía
que no eran dañinos y que resultaban prejuiciosos.
Al caminar por los callejones
en soledad, salían. Mientras se sentaba donde nadie había, salían. Y tuvo que
deshacerse de su vestimenta en su totalidad y mudar a otras para corroborar
sino se producían por reflejos de las luces nocturnas. No le había dicho a
nadie. Solo él, él y esos destellos guardaban un secreto impávido, tenaz y compasivo;
porque a veces le resultaba práctica la luz emitida cuando en las oscuridades
andaba.
Al caminar por las calles
durante las claridades solares, no salían; y demasiado tiempo estuvo
cuestionándose estas singularidades hasta que optó por salir de noche, caminar
en soledad y sobredimensionar las cargas de luz donde nadie pudiese notarlo.
Harían escarnios, harían
efusivas conclusiones y desplazamientos insospechados quienes intentasen
retener los destellos que su cuerpo expelía. Aunque él, al ver cada día más y
nuevas luces, no temió y se convirtió en una luz fugitiva que en las soledades
se veía.
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