Hay una pradera alrededor del
hoyo. El camina para conocer, atinar, los riesgos de tamaño misterio
acercándose.
Recuerda haberse perdido de
niño entre estos pastos. Recuerda su ilusión de volver y hallar el camino
correcto tras los bosques. Y tantea, busca los límites del agujero. Esto es
malo. Podría caerse y permanecer olvidado para el resto. Aún así, continúa; y
por más velocidades en frente sacudiéndolo con solo aire, sigue. Eso es. Estos
vientos intentan arrojarlo dentro de la fosa. Sin embargo, él camina lentamente
hacia ésta, y augura milagros deviniendo desde los fondos.
Situado ante el hoyo, mira.
Mira y reconoce un cuerpo adentro. Con precaución, como a cualquier cosa
pequeña.
Se siente uno, se siente él
mismo ahí adentro. Porque tanto el niño perdido como el adulto buscando, se
hallan, verifican una misma entidad de hombres arrastrados por un vendaval de semejanzas
entre tiempos inconcebibles.
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