Caminaba, él, bajo la
tentacular neblina acicalándolo. Era un pulpo aquella niebla, una feroz
acuosidad inundándolo por dentro hasta que se detuvo.
De pie en la ciudad, mira
hacia un lado, mira hacia otro y solo oye voces inspeccionándolo por entero. El
enorme desafuero le causa cuestionamientos que pronto las voces responden. Porque
son sus voces, el mismo habla que él tiene, y la misma información.
Había comenzado a caminar
nuevamente mientras respondía gritando cada pregunta que le hacían; y no se
contuvo a vituperar, a denigrar y blasfemar.
Aquel hombre camina entre
nubes de cristal que lo circunrodean hasta detenerlo, hasta abrazarlo con
millones de brazos, y hasta recomponerlo mientras rodea su ciudad.
Una parte suya se irá, aunque
otra regresará. Supondrá que nada lo detiene, ni amenaza ni inmoviliza. Y
sabrá, al irse la niebla, que ésta posee la cualidad de derramarle su interior
con mínimas inspecciones pulpolares.
No hay comentarios:
Publicar un comentario