Corre hacia un espasmo
vibrante. Cada vez que acciono la electricidad se esfuman las querencias de
revivir apacigüedades. Los altos caen en bando descompuesto, y los bajos,
aquellos bajos, se quebrantan junto al crepitar de las corrientes.
Se desatan caños, emerge la
plenitud de las orillas; y cada vez más temido es el sulfuroso quemazón de
plenilunios ardientes. Donde nada hay, se quema la nada ante la inequívoca voz
de un cable. Los capullos de aromas vertidos desde las melodías de los hombres,
es extinto, terminal y destinal. Cada cable lleva su ardor, cada cable lo trae,
cada tránsito lo depara junto a los mausoleos de las extinciones con agua
evaporada. Y solo el rechazo, un rechazo, transmite electricidad donde cada
paroxismo es consecutivo.
Corre hacia un desequilibrio
culminante el néctar del fuego mientras achicharra sobre sus regazos la última
fuga de algodones hirviendo. Y ante los vacíos de los gritos, quema, degolla
cuellos junto a los trámites de su encendido.
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