Aquel hombre debía alcanzar su
destino, caminos fronterizos. Debía llegar a la frontera, y así, cruzarla para
conseguir su bosquejo de meta. Y cada día le resultó paradigmático, senil y
desprovisto de señales; le parecía lindar su objetivo.
Desempeña artilugios eficaces
aquel hombre mientras camina. Su andar es lento, el camino pedregoso –entre hierbas
y piedras-, y cada vez que mira hacia atrás, una infinidad de rompecabezas lo
sumen en un desprolijo juego temerario. Porque hace con lúdicos movimientos las
mismas hazañas hechas por cada viajante que ha pasado por el mismo sitio.
Cada uno había hecho la misma
imagen, el mismo tino de sombras y perspectivas ahí donde él solamente las
repetía. Y había cedido, caminaba exhausto, y había visto justo la frontera
especulante.
Ante andanzas juglarescas el
mismo hombre se detendrá en el límite. Una parte de sí irá hacia más allá,
otra, recordará el juego. El hombre dividido por la frontera podrá volver y no
recordar, mientras, el que sucederá aquellos sitiales, al olvido deberá su
parte restante.
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