Desde abajo hacia arriba,
desde arriba hacia abajo, me hundo. Son montañas, son peñascos, y son sierras
entre mi cuerpo esbelto. Lo sé por militante de las llanuras, y por mi llana
figura.
Suavizo, entrecruzo y derramo
mi yo entre las cimas volcánicas de nidos presurosos por resguardar su sino.
Soy quien detenta, quien suscribe y rellana con planicies la geología toda.
Entre las variantes de las alturas, doy mi cuerpo aplacándolas hasta verlas
comprometiéndose con cada llanura por mí hecha. Y nada desestima egregias
ataduras mientras los movimientos se suceden hasta un apocalipsis de prados.
Llámenme y oigan los temores
de esas cordilleras mientras las rebajo hasta hacerlas llanura inmóvil, táctil y
melodiosa. Cuando por debajo y por arriba voy, allano las várices de
compulsivas trepaderas convirtiéndolo todo en césped azulado por firmamental.
Doy prado a los riscos, doy temblor en las apacigüedades y doy clamor a las
vegetaciones sobre mí impuestas hasta el hartazgo de rocíos desesperados por no
saber dónde caer. Y voy, dono mi cuerpo llano.
Daré coartadas para los
inventos de nidos asustadizos por las variantes de un clima ancestral; tendré
más y más hasta convencer a un relieve a que se dé por llanura. Y las gotas
cayendo serán plañideras bienvenidas contra los desquitados vuelos de mí
arrasándolo absolutamente.
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