Una bomba era urgida, una
explosión de sus agujas detonando el azar. Era una, una sola bomba para que las
tierras se expandiesen hacia donde quisieran. Y el elemento se construyó.
Habían agujas grandes, otras
chicas, y sin embargo todas eran útiles. Ante los deseos de los constructores,
todo nimio parentesco servía. A veces, clavos se inmiscuían adentro del
proyectil, otras, cortafierros, y todo era útil para la gran explosión
destacada siendo azarosa. Es que habían ovillos adelante cuando la bomba
detonara, y los ingredientes de tal armamento irían a utilizar los hilos para
construir lo que les viniese en gana. Iba a ser una prueba para dilucidar qué
hacía el azar por sí solo, la detonación, y su consiguiente expansión de agujas
a velocidades extremas yendo y viniendo construyéndose en los espacios de
telares concluyentes. Y se irían y vendrían: constatarían qué sería un caos.
Pero la explosión es tal que
deshace las agujas, las carcome y derrite. Y es así que los ovillos quedan
intactos aunque alejados distantemente por los vientos azarosos con su orden
imprevisto.