Estoy sentado frente a estas. Esas
sombras se adueñaron de mí. Todas aclaman por detenerme, pero, quieto, no
comprendo las razones de sus pedidos.
Estaba sentado en la banqueta
de su casa añeja mientras oía argumentos de esas sombras. Lo toleraban, parecía;
aquellas sombras intentaban comunicarle un sentido pésimo de las existencias. Y
se desarrollaban por detrás de su cabeza de modo que él solo no pudiese ver ninguna
parte de esto. Y las sombras aceleraban su paso dictaminador.
Sentado frente a estas, las
oscuridades se adueñan de mí. Todas murmullan con sigilo por el ensimismamiento
que debo padecer hasta que sus razones se cumplan, varíen.
Quieto ante estas, las
diversas formas de aquellas oscuridades lo retenían hasta poder explicarles los
poderes de la negrura consciente. Sabían sobre hechos lucubrándolos adentro de
sí mismos; y algunas veces sus inocencias lo denotaban niño de expiros. Hasta
veía objetos, elementos dando vueltas alrededor de su cabeza, por ejemplo.
Parecían tijeras, y prontamente, sedujo cada visión la atrocidad aquejando al
niño sentado.
Estoy siendo demorado, pienso.
Cada tijeretazo no hace más que detenerme y evitar que circulen los abismos de
mi falto inconsciente, o dañado, delatándome encarcelado hasta que mi
raciocinio pueda formular un sentido consciente.