Las razones devienen desde los
páramos secretos de un marchito inconsciente. Como delicados tallos de un
sembradío, el pensamiento se extiende dilatado hasta comprimir cada aire
ofuscándolo.
Hay roces entre las razones y
las ausencias. Hay militancia, tinte borrascoso y lema puritano entre cada
accionar y su propia destreza. Sé tu decidir, tu remolque, tu opinión; pero
nunca –alejado- sabrás cuándo y cómo se ha instaurado en vos. Hay colmenas en el
oído; hay ceñimiento y hay temores que dibujándose vienen monologando las
razones de su presencia. Pero nunca serán sus anticipaciones dignas huellas
para acorralar al pensar, hacerlo neutro, hacerlo perceptible.
Pero puedo –o intento-
reconocerlo, asirlo del manojo de hierbas hasta devorarlo en su plenitud. Ahogo
cada mácula, cada sensación y hasta cada resurgir mientras con cada procedencia
se despunte inalcanzable. Y, prisionero de mis abstracciones llanas, convengo, y
aseguro, la razón de mi partida hacia una ontología sin presunciones.