A veces, las dimensiones de
los cuerpos no se corresponden. Mientras él lo sepa, no habrán días sin
moderarlas, arreglarlas y auxiliarlas; es que su máxima devoción era ver un
cuerpo entero.
Las limpiaba al principio, las
anexaba y pulía hasta saberlas quietas en reposo de quien se figuraba una masa
compacta. Sabía sobre estas, tanto que los ancianos veían en él un
imprescindible sujeto de sus tradiciones ancestrales. Y lo dejaban solo para
luego ver una de sus más ilustres obras.
Entonces alzaba una parte de
la materia y veía en su interior las moléculas donde a cada una, otra le era
imprescindible. Al hallar la faltante, la disponía de tal forma en que nada más
que dicha superficie podía verse. Y la dejaba sobre una mesa para que pudieran
acercarse, tocarla y verla. Pero no le bastó a este hombre incumbirse con la
materia; porque más de una vez había visto en su propio cuerpo, algunas faltas.
Y, prontamente, había dejado de lado a estas materias para dedicarse a lágrimas
de su triste recorrido existencial. Y buscó en su piel.
Cuando la noche reclama
reposo, mirando sobre su cuerpo, ve todo faltante. Notó cierta pesadumbre, y cierta
inconexión; cierta malicie, cierta pérdida y cierto aplomo. Su cuerpo, deshecho
por los vientos, se deshace en millares de partículas y pertenece a los
convulsos aires de intachable consternación.