Hay un edificio bruñendo su
espejosidad sobre la diurna marcha de los confesantes. Lo ven y adoran, lo
anhelan y lo entierran mediante las vanaglorias de cada aspaviento. Creo en que
será digno de verse cuando el suelo acometa.
Sólo soy una persona viéndolo,
agasajándolo y comprendiéndolo cuando delante de mí hay una tierra sin su
suelo. Queriendo demorarse en sus dialectos, ésta se dispone adecuadamente a
convencer a la catedral para desconstruirse. Así, vuelto al suelo esos años de
elevaciones, ordenará hacer su fosa y espacio donde dominar; pero las
rigurosidades de la catedral, permanecen en vigía donde los suelos no la
comparten.
Y se desvanecen algunas
columnas mientras las marchas de los ocupantes aceleran su fruición. Los cascos
decaen y los míseros andamiajes ya no se desconsuelan ante la ardua labor de
perpetrar un ascenso pululante en alturas. Y ya no veo antiguas murallas donde
estoy, sino corruptas paredes cubiertas por esa tierra húmeda y trepadora. El
humus ha estado profanando los muros y la catedral ya se olvida sin mirares
exhalados.
Iglesia de vientos termales;
gran anaquel donde se estampan las riendas de lo alto, serás suelo deforme e
invisible cuando te atrapen tierras con superficies azarosas.