Te veré siempre amasándote entre
lavas de rellanos aparentes. Concibo la plenitud el gozo, de saberte finita. Sé
de tus cegueras, de tus atrios, de tus inconformismos; aunque no, aunque nunca,
de tu imperennidad.
Calculo horizontes de fuegos
malhiriendo tus juicios para obrar melindreses. Conjeturo lo vientos, los
océanos y los montes con este rayo de estridencias modelando. Es que sé
derretirte igual que al cosmos, con la sola presencia de mutismos al ver lo
derretido. Sé que no podrás reconocerte, reconciliarte ni amedrentarte con
famas de una helada imperiosa. Porque no temo, nada, no temeré ni cesaré de
quemar mientras gimas y obligues a escaparme junto a vos.
Será el fuego mi talante, mi
voz y mi presencia. Seré quien te obligue a presentirte rechazándome ante las
quemaduras dentro de tu organismo. Y azotaré, obligaré a que demandes justicia
en bellas reticencias cuando intentes contenerme. Y no podrás, la imposibilidad
de entumecerme hará siempre que reanudes tus fugas al verme de pie. Nada puede
detenerme, nada puede consultarme juicios de errabundas tenencias, y preclaras
convincencias. Y jamás temeré ser quien derrita, no, nunca.
Soy quien derrite, quien no
osará calmarse ni detenerse. Soy el fuego, la lava, el gas; soy quien podrá
derretirte y razonarte, presa en una antesala de tu vanidad.