Suele pender desde justicieros
alambres el claror de sus ojos. No está encerrado, no está ni atado ni
enjaulado. Aunque sea un animal, mirará la luz ante enfrentamientos de su
discorde movimiento.
Sus ojos clarean las
oscuridades del recinto. Parece alumbrar, cercar y moderar las huellas de
cualquier actitud para ayudarlo. Sabe moverse lentamente desde un rincón hacia
el otro. Y nada más al tocarlo, sus pieles inhiben las fricciones interpuestas
para abrirlo y deshacerlo. Es un animal, lo sé y lo sabe. Camina siempre hacia
el mismo sitio; aunque aún deforme y prematuro, conoce sus restricciones, sus límites y acuartelamientos.
Sus patas desconocen de
correrías, de caminos tortuosos y penitenciarios. Y teme variar su crecimiento
con el mero hecho de quedarse inmuto. Su torso no implica correteos ni
quedancias. Es un animal, pero uno recién hecho. Atiende las modificaciones de
cuanto le es dado. Si lo paro de frente, salta hacia mí; y si lo dispongo de
costado, camina hasta quedar ante mí su cabeza de ruin primerizo púber.
Es entonces cuando lo aferro,
lo mantengo alejado de mí; aunque nada varía su pesantez y entumecimientos. Es
un animal recién nacido, un ente con colores y formas, una mirada de ojos libres
para rematar términos de adoptivos refranes.