Acuerdo tácito recalca cada
imagen hasta su punto más misterioso. Reordeno mis desmanes; cada hallazgo se
convierte en piedra cuadrangular donde disponer sus pares. Y cada cifra
longitudinal supone cada vértice sobre vacíos para pender futilidades.
Recuerdo haber trazado líneas,
curvas y rectas, hasta deshacerlas con solemnidades de imágenes. Sé de
ubicuidades por acá, por allá; las sé primero en el poniente y luego en sus
desapariciones. Cada retazo, dintel, puerta, ventana e individuos, son
sumergidos en las lavas de la remembranza sin poderse esculpir más que con los
trazos de mi consciencia hasta sus evaporaciones. Sé de sus vínculos, de sus
retuerzos y de sus vísceras; pero es mayor mi conocimiento entre estambres de
yugo enmohecido para humectar cada sensación.
Porque las sensaciones divagan
con el rotor de los dibujos creado en mi inconsciencia. Sé, y también sabré,
acerca de cada movimiento dado en mi temple absorbiéndome entre desmayos de
insapiencia. Pero lo que no sé, lo que procuro recordar, es la protección dada
en mi memoria por las reminiscencias de los justos cifrados donde cada línea es
limítrofe y segura dentro de los parámetros movibles. Porque la línea
horizontal, y la línea vertical bien pueden conseguirme valor, pero las
profundas, las de profundidad no. Es que estas se disuelven entre puntos de
fuga siempre hacia la realidad de su eternidad sin medición.
Sabré hallarme involucrado
dentro de márgenes gratos mientras sepa sobre dos vestigios –horizontal y
vertical- recordados. Pero no, jamás, mientras los profundos, líneas de fuga
sin término, aplaquen los recuerdos con la inmedible eternidad de un hoyo.