Devenires de océanos sin
furia,
eclesiastas de un tiro contra
voces,
erijan su montaña de temores convalecientes,
yo acá me quedo.
Acá me quedo sabiendo que una
plantación herrumbra los pasillos del hierro,
acá me siento, y acá me
pararé.
Donde acá duermo,
no veden la oz del vil con una
ternura boquiabierta.