Un diente embato desde los
inicios de mi jornada. Un colmillo que es mío, de mi boca rebosando
esplenditudes. Una mandíbula que es recorrido, insano valor, de varias
conveniencias por deber.
Lo
enfrento, lo alzo e interfiero entre pelasgos. Un diente con dientes hasta
desfallecer abriendo cauces donde poder interminablemente recurrir. Soy quien
los depara, quien los embebe, quien los degüella. Soy un sensato cazador de
tigres alzando mi mandíbula contra él, contra el vejado animal. Y lo enemistaré
si lo osa, lo achicaré si lo rehúye.
El camina,
me mira, al verme lo veo, lo escruto, lo analizo; y nada más cerrar mi boca, él
camina, aunque no temiéndome. Lo observo, le susurro, le implico temor, osados
temblequeos y puritanos revelamientos. Soy quien dice ser, un cazador, y desde
el alba hasta el atardecer, seré su asesino.
Quitaré su
muela, sus diente, sus colmillos. Oirá el tigre lo dicho, lo temiblemente
dispuesto. Pero falta, resta tiempo; entonces colmillo contra colmillo,
anublados nos enfrentamos en el valle de barras de hierro y techo metálico. Durante
la jornada, maté a quien había capturado, encapuchado y quitado del bosque de
los milagros austeros.