Desde vos hasta mí, desde esas
tan dilatadas objeciones te has marchado. Siempre tus números, tus días y tus
enmiendas. Desde que te he olvidado, nada jamás volverá ni devendrá con su
exhaustivo vuelo a ofrecerse volición determinante.
Consolaba tu ida, tu marcha
tan despótica liberándome cuando cada anuncio locuaz deshacía mis tropeles de
ilusiones. Te has ido, y con cada remanso recuerdo procuraba establecerte junto
a esas dilatadas fisonomías de claro pasaje. Cada visión, cada hallazgo; y los
viriles fragores de tu estado, una sed de irreprochables valores perdidos.
Fuiste para mí, para ella. Cada una de tus apariciones se han amontonado donde
asperezas volátiles se desentornillaban cuando al verte, no te hallo.
Viéndote perdido, exhausto y
ajeno a cada vanidad sin mella hasta verte ido, hacían que provocara
vislumbramientos donde optar no debía; donde callar no podía y donde gritar asfixiaban
revuelos hasta callarme, ceder y marcharme sin buscar el oro de tu aparición. Procedían
elucubraciones al verte, fantasmas de sorpresas y grandilocuencias al
olvidarte. Eran premisas, connotaciones de una perdida nube tóxica cuando al
marcharte diluviaron músicas con sonidos estridentes de aquel mutismo incandescente.
Mañana, te veré solo, marchito
y lejano. Serán mis días una nota dentro del desacompasado pentagrama de luces
sin distancia, de sonidos sin corral, y de desapariciones instrumentales.
Serás, anuario, un recuerdo de cada silencioso asombro despertado por tu
volición de pertenecerme adecuado.